Los cambios de modelos sociales han sido siempre motivados por grandes cataclismos, ya sean estos bélicos,ya sean por fuertes ideales; pero jamás se produjeron cambios sin amplios aspavientos.
Uno de los mayores logros a nivel colectivo de los últimos siglos ha sido la consecución de la libertad individual frente al papel del todo representado por los Estados – y dentro de estos por las elites minoritarias.
Las democracias occidentales no surgieron de la nada,es más,su consecuencia es fruto de la rebelión particular de una base social amplia y descontenta pero imparable. En el albor del pensamiento ya Aristóteles nos anunciaba que la Democracia radical es una tiranía; si entendemos estas nos daremos cuenta que la aceptación de aquella significa el abandono de una parte de nosotros mismos,de nuestra individualidad. No creo que esté en peligro las sociedades occidentales,tal como las conocemos hoy,ni siquiera su modelo, sino más bien,lo que está en peligro es nuestra aceptación de una realidad íntima que nos incomoda sobremanera,esto es: la aceptación del Otro.
Hoy criticamos con mayor o menor acierto todo y en tiempo real,al instante; olvidando una gran parte que conforma aquél todo pero que es intrinsecamente parte de él;me refiero al Yo,al Nosotros,a uno mismo; deseamos cambios,pero cambios en el otro,en los demás,en esos otros del derredor. Por doquier surjen las dudas pero,parafraseando a alguien,no conozco ninguna sociedad que haya perecido por un ataque de dudas.
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